La Última Cena por Miguel Truzman Tamsot
Truzman Tamsot, con gran destreza descriptiva nos reseña las similitudes que existen entre la vida de Jesús y la del Rey David por lo que llama a la unión fraterna: "nos debe guiar el camino para una introspección que nos lleve a la reconciliación"
Globovisión G | 27-03-2024 03:13 pm
Nos encontramos en plena Semana Mayor como se le decía o Semana Santa en donde millones de fieles cristianos y católicos celebran la pasión, vida y resurrección de Jesús.

Normalmente esta semana coincide con la fiesta judía de Pesaj, en donde el pueblo de Moisés celebra la salida de la esclavitud en Egipto hacía la libertad y en la búsqueda de la tierra prometida por el Creador desde el patriarca Abraham.

Justamente lo judíos celebramos el Pésaj como si hubiéramos salido de Egipto, relatando la historia de esos días a través de un libro que se llama Hagadá, comiendo hierbas amargas por todo el sufrimiento producido por los siglos de esclavitud y una galleta que llámanos Matzá y que en definitiva está relacionada con la forma que tomó aquel pan que no leudó en el horno de los israelitas ya que con la urgencia de salir prácticamente corriendo de Egipto, sacaron del horno lo que pudieron y eso era una especie de galleta plana, que se come hasta en nuestros días, para recordar esa salida intempestiva de hace unos 3350 años, por lo que en esta semana de Pésaj, los judíos no pueden consumir ningún alimento que contenga harina, levadura y sus derivados.

En tal sentido Jesús que nació, vivió y murió como judío, de padres judíos, María y José, como todo varón judío fue circuncidado al octavo día de nacer (Lucas 2:21), así como también hizo el Bart Mitzvah a los 13 años (Lucas 2:41), predicó en la sinagoga como Rabino (Lucas 20:21; 20:28).

Inclusive el primer versículo del Nuevo Testamento (Mateo 1:1-17), expresa que Jesús era descendiente de David y de Abraham.

Justamente la ciudad de Belén es la misma en donde nacieron tanto Jesús como el Rey David aquel que como cuidador de ovejas venció a Goliat y luego se erigió como Rey de Israel, quien designó hace más de 3000 años a Jerusalén como capital de su reino y padre de Salomón quien construyó el I Templo de Jerusalén.

Las coincidencias entre Jesús y el Rey David continúan ya que la última cena se realizó en el segundo piso de una edificación en el Monte de Sion en Jerusalén, llamado cenáculo y el Rey David está enterrado en una esquina de la planta baja de dicho edificio.

La última cena que tuvo Jesús con sus Apóstoles, fue sin lugar a dudas la cena de Pésaj en donde comieron el Pan Ázimo o Mátza y bebieron 4 copas de vino recostados hacía la izquierda, que según la tradición judía en cada una de ellas se nos advierte del mensaje del Creador al Profeta Moisés, en la primera copa los salvaré de la opresión de Egipto; en la segunda los salvaré del trabajo forzado como mano esclava; en la tercera los redimiré con mano dura y brazo extendido y en la última los tomaré como mi pueblo y seré para vosotros su D’os (Éxodo 6:6-7).

En definitiva cuando el Imperio Romano adopta la religión Cristiana el 27 de febrero del año 380 de nuestra era, mediante un decreto del Emperador Teodosio, era evidente que necesitaban lavar su rostro en cuanto al enjuiciamiento y crucifixión de Jesús, porque para dicha fe, significaría que habían matado al hijo de D’os, por lo que como es habitual en la historia, que mejor chivo expiatorio que el judío, siendo esto un factor determinante en el llamado Deicidio del pueblo judío, fue esa narrativa que intentaba exculpar al Imperio, lo que causó la persecución, expulsión y matanzas de judíos en la cruzadas, por la inquisición y diferentes instancias durante siglos.

No es si no hasta 1962 cuando el Papa Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II, en donde 3 años después dicho Concilio emite el capítulo Nostra Aetate el cual contiene una profunda reconciliación entre católicos y judíos, confirma el pacto de D’os con Moisés y el pueblo judío, así como elimina el terrible concepto de Deicidio.

A través de la historia hemos visto como hermanos de sangre pueden odiarse inclusive asesinarse, tal como nos narra el Libro de Génesis acerca de Caín y Abel, pero también el Génesis nos trae la historia de reconciliación como fue el caso de José y sus hermanos que lo habían vendido como esclavo a Potifar, siendo perdonados y abrazados nuevamente por José en un acto de verdadero amor profundo.

La historia bíblica nos debe guiar el camino para una introspección que nos lleve a la reconciliación, el perdón por los errores cometidos por cada uno de nosotros, el abrazo fraterno y sincero entre todas las confesiones religiosas que tengan la responsabilidad, la hidalguía y el compromiso de transmitir un mensaje al mundo, para eliminar los prejuicios, los odios ancestrales, la xenofobia, el antisemitismo y el racismo en toda su extensión.

El tiempo se agota, es ahora.  
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