Han sido duros los años precedentes. El empeño de implantar un
modelo fracasado en otras latitudes combinado con la locura, de unos, desatada por capturar el poder a cualquier costo sumió a
Venezuela en lo que, traducida, definió el
Collins English Dictionary como la palabra del 2022:
“Permacrisis”.
En nuestro caso, la
“Permacrisis” parece llegar a su final y junto con una innegable
recuperación de la economía, ensombrecida por el huracán devaluacionista de las últimas semanas, la implosión de los sectores más radicales de la
oposición venezolana, esos que apuestan a la ruina generalizada como clave para convertirse en
Gobierno, puesta de manifiesto en la sesiones decembrinas de la
legislatura de ficción, nos hace sentir optimistas en cuanto a que este enero de 2023 marque el comienzo de un proceso sostenido de
crecimiento económico necesariamente signado con la mayor inclusión social.
Todos podemos y debemos poner de nuestra parte entendiendo que en las actuales circunstancias el
Presidente de la República, el
Gobierno en su conjunto, el partido de Gobierno, tienen mucho a su favor para llevar a venezolanos y venezolanas al mejor mañana posible.
El cerco internacional que tanto daño ha causado se debilita cada día, nuestros vecinos son de nuevo amigos, los autoproclamados enemigos entienden que nada ganan con serlo y vuelven a privilegiar sus intereses y requerimientos especialmente de
petróleo y gas en tiempos de guerra en
Europa que se pronostica extenderse, el radicalismo interno prácticamente no existe y lo poco que queda se sostiene gracias a
AirTM mientras recoge un amplísimo repudio, la
oposición democrática apoyaría lo que sea bueno para
Venezuela como también lo harían distintos sectores de la vida nacional.
Nadie, o casi nadie, está cerrado a participar en la construcción de un país próspero y de
bienestar generalizado y es absolutamente
inaceptable esperar al 2025 para iniciar un proceso que ya debe comenzar.
Los millones de
trabajadores y trabajadoras de la
administración pública no pueden continuar esperando que demasiado pacientes han sido, los
pensionados y jubilados que hacen fila por horas para salir del banco con unos pocos bolívares que ni para una medicina alcanzan, los enfermos sin tratamiento ni cuido adecuado, los jóvenes que a pesar de tantos relatos de horror aun acarician el sueño extranjero y los millones que habiéndose marchado añoran volver, los
empresarios y emprendedores que han soportado un sinfín de vicisitudes para sostener la actividad productiva, los agricultores que se aferran a su tierra con verdadera pasión, los estudiantes que título en mano no encuentran opción, no merecen esperar más.
Que espere lo
político-electoral que está bien claro que las definiciones serán en el 2024.
Que el 2023 sea año para la economía y la inclusión social, mejorar significativamente
sueldos, jubilaciones, pensiones, primero, recuperar el
sistema de salud y fortalecer tanto como sea necesario el
educativo, facilitar la conversión de los jóvenes, los estudiantes, en adultos exitosos capaces de brindar a sus familias elevados estándares de vida, potenciar la inversión garantizando y apoyando a todo evento a empresarios, comerciantes y emprendedores, de abrir la economía, de minimizar la injerencia burocrática.
Que el 2023 sea también año en el cual las reiteradas llamadas, de cada vez menos, a que países extranjeros mantengan sobre los venezolanos y venezolanas
sanciones que tanto daño han causado concluyan como a la par deberían concluir, aunque para algunos pudiera ser mucho pedir, la confrontación fratricida, las divisiones estériles, los odios, las mezquindades.
Si fuese así, 2023 será un buen año para todos y todas.
Por Luis Eduardo Martínez